Editorial Vistazo

Fotorreportaje Visiones del coronavirus

Por: Nelly Luna Amancio

Las memorias indígenas recorren la cuenca del alto Amazonas, desde Brasil, hasta Perú, Ecuador y Colombia. Este proyecto coordinado por Ojopúblico en Perú, Brasil, Colombia y Ecuador –con 15 periodistas y 7 artistas indígenas– busca crear una exposición colectiva sobre el impacto de la crisis sanitaria en la cosmovisión de los pueblos amazónicos desde la intimidad del arte. Vistazo es la contraparte ecuatoriana.

Antes de que los primeros casos de coronavirus alcanzaran a las comunidades originarias, los kukama comenzaron a tener los mismos angustiantes pensamientos que mortificaron a sus abuelos, en los violentos años de la época del caucho. Presentían el maisangara, como llaman al demonio que arrastra todos los males. Durante los primeros meses del 2020, los nietos y nietas contaban sus pesadillas a sus abuelos. Otra desgracia estaba por venir.

Entre 1890 y 1924, miles de indígenas fueron esclavizados y desplazados de manera forzosa, hacia campamentos dedicados a la extracción del caucho: una goma silvestre que por aquellos años –como sucede ahora con otros recursos naturales– era una materia prima altamente cotizada y demandada por el mercado internacional. Los informes que elaboraron los peruanos Carlos Valcárcel, Rómulo Paredes y el británico Roger Casement denuncian los asesinatos y los instrumentos de tortura en los centros de

explotación: solo en la zona del Putumayo, entre Perú y Colombia, la población indígena se redujo en 10 años de 40.000 personas a 10.000. Llegaron con el caucho nuevas enfermedades, como la viruela. “A pesar de la alta tasa de mortalidad debido a enfermedades importadas, las muertes por violencia y sufrimiento, por las consecuencias de la explotación del caucho han sido mucho más numerosas”, escribió en su informe de 1912 el cónsul Roger Casement, compilado luego en el Libro Azul.

Las memorias indígenas recorren la cuenca del alto Amazonas, desde Brasil, hasta Perú, Ecuador y Colombia, y se transmiten en las visiones de sus herederos. Como dice el periodista indígena peruano Leonardo Tello, los males que el maisangara carga se transformaron. Cuando la explotación del caucho terminó, dio paso a la invasión de sus territorios y la contaminación; la indiferencia del Estado y la llegada de nuevas enfermedades, como la Covid-19.

Cuando el coronavirus alcanzó las comunidades, Leonardo Tello preguntó a las personas –a través de la radio local que él dirige– con qué soñaban. Todos hablaban del maisangara. “El miedo había vuelto”.

La pandemia se extendió con velocidad en la Amazonía. A pesar de que muchas comunidades decidieron aislarse, el virus los alcanzó.

Desde el corazón de las comunidades -como parte de esta serie periodística coordinada por Ojopúblico– un equipo de 15 periodistas y 7 artistas indígenas de Brasil, Perú, Colombia y Ecuador, se propuso recoger los testimonios y representar estas visiones en pinturas, máscaras y cerámicas. El registro busca crear una exposición colectiva sobre el impacto de la pandemia en la cosmovisión y prácticas comunitarias de los pueblos amazónicos desde la intimidad y subjetividad del arte. “Visiones del coronavirus” recoge un fragmento de la memoria indígena durante los primeros 15 meses de la pandemia. Vistazo contribuyó con la mirada desde Ecuador. El resultado es un especial multimedia, que incluye podcast y puede apreciarse en este link: https://ojo-publico.com/especiales/visiones-del-coronavirus/es/

En las 10 piezas elaboradas por los artistas indígenas para este especial periodístico se refleja la fuerza de la relación entre el hombre y la naturaleza, la mujer y los bosques.

La lucha de dos guardianes

A la artista indígena Lastenia Canayo fue una mosca –o al menos tenía esa forma, recuerda– la que se le apareció entre sueños. Eso fue en 2020. La pintora del pueblo shipibo-conibo se había contagiado y su cuerpo peleaba contra los síntomas de la Covid-19. Entre el malestar y la fiebre, soñó con el aleteo de ese bicho al que identificó con el ibo del coronavirus, como se llama a los guardianes o dueños de las cosas.

En su casa de la región Ucayali, en la Amazonía de Perú, la artista –cuyo nombre indígena es Pecon Quena– se mortifica cada

vez que recuerda esos días de pérdida, miedo y dolor. Frente a la incertidumbre los shipibo-conibo hallaron refugio en las plantas. Una infusión preparada con matico y eucalipto los ayudó a paliar los síntomas. Los líderes locales conformaron un grupo, al que denominaron Comando Matico, para llevar aliento a las comunidades.

Luego de superar la enfermedad, Pecon Quena plasmó en dos lienzos, a los ibos del coronavirus y el matico: enfermedad y refugio en los días más complicados de la pandemia en Perú. “Al ibo del matico lo conozco hace tiempo, siempre ha convivido con nosotros, es como un hombre con rostro misericordioso, tiene el color de la tierra porque protege al pueblo indígena”, cuenta.

Cuando los primeros casos de Covid-19 fueron identificados en las ciudades, muchos indígenas que vivían en las zonas urbanas volvieron a su comunidad. En el retorno algunos de ellos llevaron consigo el contagio. El lienzo que el artista kukama Nelvis Paredes Pacaya pintó para este especial retrata con dureza esta situación: los cadáveres al pie de una carretera, bajo el manto negro de un ave carroñera, personas escapando a pie o en bote hacia el bosque, al frente, defendiéndolos, los dioses de la selva representados por la fuerza del jaguar y una serpiente.

“Esta pandemia ha demostrado que no había un plan para los países y menos para los pueblos indígenas”, dijo con indignación Gregorio Mirabal, presidente de la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (Coica). El líder asháninka, al sur de la Amazonía de Perú, Marco Germán Crevo, tuvo que viajar por carretera desde su comunidad ubicada entre la frontera de Perú y Brasil, para llegar a la capital de su región con el fin de solicitar apoyo del Gobierno.

Los sueños awajún revelaron la peste

Los sueños también fueron premonitorios para el pueblo awajún, ubicado en la frontera de Perú con Ecuador. Y como todas las enfermedades nuevas, esta tampoco tenía un nombre en su idioma, la llamaron entonces yamajam jata wainchatai iyaje: “una enfermedad desconocida ha llegado”.

El artista indígena Wilder Allui tuvo estos sueños durante una sesión de ayahuasca. “Nosotros [los iinia, como se llaman a ellos mismos los awajún] recurrimos a la ayahuasca para ver nuestra vida. Yo miré y me pregunté cómo puedo retratar al coronavirus, pues no tiene un rostro conocido, esta enfermedad cae como el viento y la gente se contagia y se enferma, aunque no sea visible a los ojos... Quería ver, lo pensé y allí me mostró”.

El reporte oficial dice que este pueblo fue el más afectado por la pandemia en Perú, con más de siete mil contagiados, hasta julio del 2021, y un número indeterminado de víctimas. Las muertes indígenas son invisibles para los Estados.

En sus sueños de ayahuasca el artista vio las casas de la comunidad rodeadas de árboles, las personas encerradas. “Vi cómo era el coronavirus, era el cráneo de una persona que venía entre los árboles y acechaba, de su boca salía la enfermedad. Cuando pasaba eso los árboles respondían, las plantas eran las que peleaban contra el coronavirus, eso me mostró el sueño…”.

Al oriente de la comunidad de Wilder Allui, en la región Loreto, vive Casilda Pinche, la artista kukama que pinta los colores y rostros del miedo a la nueva enfermedad. Recuerda que todos temían contagiarse.

En su lienzo para esta serie periodística, Casilda retrata el espanto de los peores días de la pandemia: las personas escapando hacia el bosque, los chamanes intentando buscar respuestas y la muerte descendiendo de los botes que transportaban personas desde las ciudades. “Teníamos miedo de perder a nuestros grandes abuelos, los sabios. No podíamos trabajar”, dice la artista que pinta y explora desde hace 20 años la relación del hombre y la mujer con la naturaleza.

El último adiós de los sabios secoya En Ecuador dos de las primeras víctimas de la Covid-19 fueron ancianos siekopai.

Don Enrique Piaguaje era médico ancestral y Belisario Payaguage fue el último conocedor de la construcción de casas tradicionales llamadas “malocas”. Con menos de 740 habitantes, este pueblo indígena fue la primera nacionalidad amazónica de este país a donde llegó la nueva enfermedad.

El miedo a perder la memoria de su pueblo los llevó a tomar decisiones drásticas. Los líderes de la comunidad decidieron enviar a un grupo de familias a un lugar sagrado, en el corazón del bosque, llamado Lagartococha o Pëkëiya, un lugar al que se llega luego de un largo viaje de cinco días por canoa a través del río Aguarico. “Enviamos esas personas porque si algo nos pasaba debía quedar la semilla. Cinco familias se quedaron allá en ese lugar”, relata el líder Justino Piaguage.

En su taller, ubicado en una de las comunidades siekopai, el artista Wilfrido Lusitande, hijo de una larga tradición de pintores, pinta escuchando el sonido del bosque. Las plantas de Wilfrido Lusitande tienen un hiperrealismo que desborda y sumerge. Fue el bosque, dice, el que los salvó de perder el camino. Cuando la pandemia los alcanzó, se encerraron y comenzaron a estudiar y entender el virus con la sabiduría de sus abuelos.

El virus que cambió el día del perdón En la Amazonía de Colombia, la pandemia obligó al pueblo inga y kamëntsá a suspender la celebración de Bëtscnaté. Todos los años, en las semanas previas al miércoles de ceniza, Gerardo Chasoy –artista indígena de estos pueblos de la zona del Putumayo–, elaboraba las máscaras para esa fiesta que rememora la esclavitud durante la colonia. Este año, sin embargo, no hubo ceremonia ni comparsas. La pandemia canceló la celebración.

Gerardo Chasoy trabaja con madera de sauce blanco, palo de rosa o yarumo, especies de árboles de su región. Talla máscaras.

Para este proyecto, el artista buscó explicar el tránsito de los sentimientos que la pandemia le dejó.

Una de las máscaras expresa el rostro del dolor por las pérdidas de tantos amigos y familiares; otra el miedo al contagio y la muerte por una nueva enfermedad, y la tercera máscara habla de la esperanza de sobreponerse, de curarse.

El arte para protegerse del virus

La sensación de que algo terrible iba a pasar la tuvo el antropólogo y artista indígena de Brasil, Jaime Diakara. Cuando regresó de un viaje de Río de Janeiro a Manaos, donde él vive, sintió los primeros síntomas. Era abril del 2020. Con los hospitales colapsados, él y toda su familia, que también fue infectada, tuvieron que tratarse en casa. “Utilizamos tés de hierbas y bendiciones”.

En la pintura que elaboró para esta serie periodística, el artista interpreta la violencia de esta nueva enfermedad. “Era el ümüko pehti dohtigü wehsa, eran otro tipo de seres los que nos atacaban”.

“En la cultura Desana decimos que hay un período de ataque de los virus que circulan en el ciclo de la estación Puêküri y Kümarī, que llamamos los virus Doahtise Bükürã. Estos virus recorren el camino de las estrellas Upimã, donde viven. Y cuando estos virus son provocados por los seres humanos, reaccionan causando las enfermedades, como quien se defiende de los enemigos”.

Todos los testimonios exponen cómo la pandemia afectó las prácticas comunitarias, basadas en la ayuda colectiva y la confianza. La nueva enfermedad les quitó hijos, hermanos y sabios. Su arte es también un llamado de alerta para repensar nuestra relación con la naturaleza.

MÁSCARAS. Gerardo Chasoy es un artista indígena del pueblo inga y kamentsa, ubicado en el Putumayo, en Colombia, ontera con Perú.

SOBREVIVIR. El antropólogo y artista indígena de Brasil, Jaime Diakara, representa en esta pintura la lucha de su cuerpo contra los síntomas de la Covid-19.

Investigación periodística: Geraldine Santos, Ralph Zapata, Leonardo Tello, Yanua Atamaín (Perú), Juliana Jaimes, Duber Rosero (Colombia), María Belén Arroyo, Iván Izurieta Jiménez (Ecuador), Izabel do Santos, Stefan Wrobleski (Brasil), Nelly Luna Amancio. Edición adjunta: Gloria Ziegler Curaduría fotográfica: Florence Goupil

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